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En algún lugarcito del sur de Córdoba, allá donde ya no se divisan los límites geográficos, donde no se sabe si es ciudad o campo, o si ambas cosas a la vez, a cualquier hora y momento del día, el dios inti se hace presente.El dios de los Incas, aparece también por acá, por estos sures, cerca de la canchita de fútbol improvisada, donde el arco hecho con dos piedritas, espera para que los pibes del barrio sueñan,aunque sea por un momento, ser Messi o Maradona. Algunas plantitas de la huerta, las más quejosas, susurran entre ellas cuando él aparece, y les comentan a los árboles que ellas alimentan a la gente del barrio.
Las gallinas sedientas piden a gritos un sorbito de agua y ya no recuerdan bien cuántos huevos han puesto ese día, si uno, dos o ninguno.
Los niños, al parecer se olvidan de él y sólo lo recuerdan cuando pueden disfrutar el día en la plaza o trepándose a algún árbol.
Las mujeres disfrutan de su compañía, porque saben que cuando él se esconde es el momento de hacer el pan en el hornito de barro.
Los más viejos comentan que hace un tiempo, no muy lejano, por esas tierras mujeres y hombres decidieron soñar un mundo nuevo, un mundo nuevo que necesariamente significaba vivir dignamente. Esas mujeres y hombres, soñaron que organizándose horizontalmente todo sería más fácil, el cansancio sería compartido, los brazos ya no se sentirían tan pesados como de costumbre, y sabían que esas tierras eran tan de ellxs como la primera vez que las soñaron.