Hace días me tomé la ineludible tarea de recolectar, archivar y sistematizar, cada frase, verso, canción, poema, escrito por mí para vos, o escrito en definitiva, para mí también.
Revisé primero, una agenda rosa, que suelo recurrir a ella bastante seguido, pero recordé que no escribí sobre aquella vez cuando viniste a tomar mates a casa, en un intento fallido de visitar Villa El Libertador, en un intento fallido de ir a una obra que no fue, que se quedó a la espera de ser vista.
Luego de revisar, una y otra vez esa agenda, busqué el celular, ahí escribo cuando voy en el colectivo o cuando surge la inspiración, casi siempre antes de dormir. Después, me acordé, que no pude escribir sobre mis miradas, sobre mis miedos. Sobre todas las veces que deseé abrazarte o decirte algo inesperadamente.
Intenté retrotraerme, en algún lugar había dejado que el tiempo se detuviera en esos momentos, para volver a ellos, una y otra vez. Una imagen apareció de repente, aquella vez que fuimos a la feria del libro, la recorrimos por completo, ningún libro nos convencía. Elegimos dos para llevar, uno para cada uno. Días después de eso, me comentaste que lo habías leído. El mío, sin embargo, está hace años en la biblioteca, esperando por ser descubierto. Hace días intenté empezarlo, sólo subrayé algunas ideas principales, pensando que en un futuro cercano me servirían, pero no pude evitar volver a vos. Como si volver a vos fuera tan recurrente y tan necesario en mí. Como si volver a cada oración, a cada frase, fuera volver a esas otras sensaciones no dichas, que quedaron en mí, que quedaron a la espera…