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No quiero que mis palabras te rocen la piel
sino que mis versos jueguen en tu boca,
que se impregnen despacito por tus poros,
pasando por tus manos, 
y subiendo lentamente por tu cuerpo infinito. 

No quiero que mis versos
lleguen a tus inviernos somnolientos
a la pesadez del verano
donde tu cuerpo transpira el néctar del éxtasis.

No quiero que mis poesías
pasen a ocupar un lugar recóndito
de tu selecta memoria fugaz
donde allí todo se vuelve un instante,
donde allí no hay lugar para mí.

No quiero que los versos de los poetas
sean olvidados por tu increíble capacidad
de permanecer inmóvil ante la vorágine de la ciudad.
Ante la vorágine del que ejerce el poder
y que nos subsume en la cotidianidad
donde la violencia es lo que prolifera de sus bocas
cargadas de fuego.